"Crucé la esquina resbalándome sobre los redondeados
adoquines de ónix, y miré el reloj de la Torre de los Argentinos: tarde otra
vez. Decidí pues tomar un atajo por el Parque Lemaza, un sitio sombrío pero
bellísimo al que iba los fines de semana a pintar; el desafío era dejar de pintar
el parque y empezar a pintar los alrededores, como la vieja fábrica de
galletitas Le Caná, o los pequeños edificios art nouveau donde viven los
bohemios. Corté camino por la sección de las tumbas de los héroes. Siempre me
corre un frío por la espalda al pasar por ese lugar. Cada lápida es un enorme copón
de mármol, con algunas malezas creciendo en su interior.
Doblé estratégicamente por la calle Amatista, evitando el
clásico embotellamiento de la avenida De la Poca Fe, provocado por los rickshaws
tirados por robots —desde la prohibición de la tracción a androide, sólo se
admitía la mecánica—, y llegué al edificio Barolo, la Central de la Policía
Sobrenatural."
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